28 agosto, 2017

comienzos

Acuérdate de cuando nos mirábamos desnudos
―luz irrepetible del único verano―
y nos costaba tanto comprender, o si más no imaginar,
el abrazo del miedo.

Habría tenido sentido que la vida terminara allí,
en la caída hacia arriba de tu cama,
en mi constante renacer de tu costilla,
en la oceánica sal de tu saliva.

El amor era sencillo,
esencial como tus verbos.

No cabía en él más que nuestras manos,
todo lo que nos dimos
y una duda
pequeña,
cobarde,

temblando.